miércoles, 7 de octubre de 2009

La pelea se oía por los auriculares que el hombre se llevó hasta sus oídos con sus manos callosas, llenas de surcos. Era un aparato viejo, digno monumento al cuerpo gastado del boxeador; su sombrero tapaba gran parte de los cables que sobresalían artificiosamente de sus oídos. Sus manos, hábiles en el cambio de estaciones, en el manejo del aparato de radio, sintonizaban perfectamente la frecuencia deseada, y él estaba absorto en la narrativa de la pelea. Lo delataba su mirada gacha y sus pasos torpes.

Pareciera ser que la técnica de Rubén Olivares es mejor; mucho más completa que el de su retador nicaragüense, el Arguello. El Arguello no tiene oportunidad.

Cuando el otro hombre lo comenzó a seguir, no nos dimos cuenta. En la oscuridad de aquel estacionamiento gris y de tres pisos de altura (el boxeador y el ladrón estaban en las escaleras y yo y mi esposa en el marco que era al mismo tiempo la entrada al estacionamiento y el piso del compartimiento superior ) el ladrón pudo haber llevado horas esperando a alguna víctima. Lo cierto es que de pronto la segunda figura saltó, silenciosa, y retó al primero abiertamente. Nos imaginamos su discusión. Para el momento en que el otro sacó su pistola, las palabras sobraban: sabíamos que aquello era un asalto. La sorpresa nos impidió correr de regreso a la plaza a pedir ayuda. Seguro el viejo boxeador oía la áspera voz del asaltante susurrando que no se resistiese, que lo acompañase hasta un rincón del estacionamiento, lejos de la luz sepulcral del faro que colgaba sobre ellos; que aquello era, por así decirlo, rutinario en el sentido literal de la palabra, que no habría mayor problema. Entonces notamos la mirada del boxeador: sus manos temblaron ligeramente, como si previera los actos totalitarios de lo que habría de hacer. Soltó el aparato que sostenía entre manos. La caída destruyó la radio, lanzando al aire sus intrincados circuitos internos, destrozando su caparazón de metal y plástico. La mirada del boxeador sorprendió incluso al ladrón. Bajo su sombrero de ala corta nos podíamos imaginar su expresión de rabia.
Una furia ciega se apoderó de él cuando le asestó el primer golpe, recordando probablemente sus viejas peleas en un cuadrilátero asfixiante, lleno de gente. Al instante se agrupó, retomando su guardia, y dio un derechazo en las costillas del asaltante, sintiendo la carne hundirse bajo su puño, confundiendo hueso con hueso. La sensación de valor le nutría, y cuando el arma del otro hombre cayó al suelo tras el primer golpe, una sonrisa triunfal se formó en su boca, confundiéndose con sus arrugas. Ya no había nada tras lo cual ocultarse. El ladrón lo miró, anonadado, y se irguió, dispuesto a enfrentarle. Sin forma alguna, le tiró un par de golpes, mismos que esquivó sin esfuerzo: la guardia del viejo boxeador, reflejando incontables peleas en su vida, era perfecta, insuperable. El asaltante sacó entonces una navaja de su pantalón holgado y se lanzó contra el viejo. Su cuerpo tomó nuevo vigor, dándole un fuerte golpe en la nariz, y ésta se quebró: el borbotón de sangre cayó a sus pies.

Hay que decir que las piernas de Olivares no están respondiendo bien; parece un novato en la pelea. ¡Olivares se está metiendo en la boca del lobo, señores, en la boca del lobo!

Platicábamos entre nosotros, con cinismo ante la pelea. Nos debatíamos con estos conceptos, totalmente alienados del plan de batalla magistral que ocurría ahí, a unos cuantos metros: el hombre de aspecto de boxeador retirado, fuerte, alto, de hombros anchos pero ligeramente caídos, contra el flaco idiota que lo intentaba asaltar. Al boxeador, lo habíamos reconocido de vista. Resultó ser un viejo amigo de la familia, pero parecía tener la pelea ganada. De hecho, estábamos a punto de dar media vuelta, absortos, y no notamos que el hombre andrajoso lograba recuperar del suelo su arma, en un descuido magistral por parte del otro.

Y vemos ahí, Arguello lo prendió. ¡Perfecta la derecha! Se va por segunda vez a la lona Olivares, por segunda vez, y pareciese que ya no se va a parar. ¡No se va a parar, señores!

Cuando se oyó el disparo, nos costó reagruparnos a aquel mundo. Era un espectáculo ajeno, como un campeonato que veíamos con cierto interés en la televisión, pero del cual creíamos no formar parte, hasta que aquel sonido nos ató de nuevo al asalto. Abracé el cuerpo de mi esposa, mirando al pobre boxeador: creí que estaría en aquel momento tirado en el suelo, moribundo, pero no. Estaba de pié, igualmente sorprendido de no estar herido. En mi mano noté entonces el líquido caliente, y sentí que aquella mano que sostenía mi cintura comenzaba a perder fuerza, que caía hacia el vacío. El tenue sonido de las gotas chocando contra el suelo de asfalto, magnánimo en aquel lugar lleno de ecos y silencios, hizo que todos los participantes de aquella ridícula pelea girasen hacia nosotros, hacia mí sosteniendo el cadáver de mi esposa sobre un charco de sangre. Hacia mí, sólo, mirando con lágrimas en los ojos al luchador vencido.

César A. Valdés G.

viernes, 2 de octubre de 2009

Último round

Me ascendieron la semana pasada. Fue una circunstancia fortuita, sin ceremonias, sin cumplir mérito alguno y, principalmente, sin acierto. Mi superior en la constructora en que trabajo tuvo un accidente automovilístico. Regresaba de Cuernavaca con su familia cuando inesperadamente se encontraron de frente con un burro que cruzaba con parsimonia la carretera, por esquivarlo se fue el coche a la cuneta en una de las tantas curvas mortales de la legendaria carretera libre México- Cuernavaca. Tenía una bonita casa de fin de semana, llegué a ir dos o tres veces, no era sofisticada ni rústica ni amplia ni pequeña, luminosa un poco, pero sólo cuando el cielo estaba despejado. El que me pareciera bonita quizá tenga más que ver con el nombre del fraccionamiento y la sensación de estar en la casa de fin de semana de mi compañero que con la arquitectura de la misma, una casa hecha en serie y vendida en los quioscos de los centros comerciales de la ciudad. La casa tenía dos plantas, una alberca de unos tres metros, un árbol de peras y dos bugambilias de unos diez años que dejaban la alberca recubierta de flores. Debía ser fabuloso zambullirse en la alberca cada fin de semana y apartar las flores moradas mientras tu hija las enredaba en su pelo. Poca gente lo sabe pero las flores de bugambilia son blancas y pequeñísimas como las hijas de mi compañero, las que tomamos por flores en realidad son hojas que se han modificado para facilitar la polinización. Dentro de la casa había tres recámaras, dos abrían sus ventanas hacia el jardín mientras que la tercera se orientaba hacia un pasillo que llevaba a la calle, una cocineta y una sala organizada alrededor de una televisión enorme donde siempre estaba sintonizado el Cartoon network o el futbol los domingos, dos o tres cuadros y algunas plantas ornamentaban la estancia. La habitación de huéspedes era una de las que se orientaban hacia el jardín. Alguna vez mientras platicábamos en el jardín y los primeros zancudos de la tarde comenzaban a congregarse cerca de nosotros le pregunté a mi amigo la razón por la que sus hijas habían elegido la habitación del fondo, la que daba al pasillo y a la calle, y se apartaban por las noches de la alberca y el jardín. Es que me gusta darle lo mejor a mis huéspedes, además es una lata dormir a las niñas cuando saben que la alberca está tan cerca. En ese momento le di la razón mientras intentaba vanamente matar a los moscos, los presentía ocultos en la penumbra y solo era sensible a ellos cuando escindían grácilmente la vaguada de la tarde, fue hasta que pasé la caseta de la ciudad de México y estaba entrando a Tlalpan que me pareció que debería ser justo al revés de como lo pensaba mi amigo. Ese día ya no hablamos. Al día siguiente me ascendieron, el delirio por el ahorro le había costado la vida a mi amigo y a su familia en las curvas de la libre.


Pasé los primeros dos días haciendo planos y trabajo de escritorio antes de integrarme a mis nuevas funciones. Ahora tengo que ir a las obras, negociar con contratistas, hablar con los obreros y hacer trabajo de campo. También tendré que supervisar algunos momentos clave de la construcción y tomar decisiones sobre la marcha, recalcular las cargas de las columnas y dirigir la conexión de las instalaciones con las obras públicas. Tendré dinero en un par de años para comprar una de esas casas.


La noche del martes estuve inquieto, casi no pude dormir. Cuando llegué de trabajar cené sin apetito, dejé casi la mitad del sandwich de jamón, y me puse a pensar sobre el día siguiente. Desde la universidad no había puesto pie en una obra, no es que no me gustara pero llevaba varios años haciendo planos y tareas administrativas, haciendo diseño, guiado y limitado, mezquino, pero trabajo creativo a fin de cuentas. Me sentía como el niño que va a volver a la escuela y tiene miedo de que se le olviden los calcetines o la mochila o que sus compañeritos tan amigables el año anterior se hayan convertido en unos canallas pubescentes durante el verano. Preparé mis cosas, unas botas, un pantalón de mezclilla, una camisa barata que irremediablemente me despojaría de mi estilizada imagen abombándose en el vientre y desempolvé el viejo casco de seguridad antes de dormir. Esa noche soñé que era maestro de primaria rural y que mis alumnos se burlaban de mi cada vez que me volvía para escribir en el pizarrón porque un ciempiés grotesco se había colado en el salón y se acercaba a mí cuando me volteaba. Yo veía el ciempiés y tenía miedo de que me mordiera pero mi comportamiento en nada se alteraba, continuaba con mi clase y cuando las risas subían de volumen y no podía ignorarlas me volvía y les preguntaba angustiosamente de qué se reían, se quedaban callados y se miraban traviesos. Cada vez la escolopendra se acercaba más y más. Al final me mordía en el talón, no traía calcetines.


Llegué temprano a la obra, un conjunto de veinte casas en Metepec. Como era muy temprano no había nadie en el lote salvo el velador. Me quedé en el coche mientras desayunaba y estuve observando con la ventana abajo el panorama que se ofrecía a mis ojos. Los insectos variaban la intensidad de su zumbido a medida que el sol subía por la grúa en un conjunto habitacional cercano. Las calles impecablemente pavimentadas con concreto hidráulico cortaban infinidad de terrenos en distintas etapas de edificación, la mayoría eran baldíos o se habían desbrozado recientemente, en los camellones y arcenes del camino principal convivían palmeras enanas, cables y tuberías que señalaban el camino a los terrenos. Por un momento fui presa de la emoción y me entusiasmé pensando que ahí se construía algo, bajé del auto y recorrí febrilmente una de las manzanas a pie. A cada paso imaginaba un edificio distinto para cada parcela que nada tenía en común con el proyecto que se edificaba ahí, las construcciones se superponían en mi mente construyendo irreales falansterios. Entonces los vi venir por la calle principal. Venían desde la carretera entre ruidos de camiones y trailers de las distintas constructoras. Los insectos callaron en ese momento o me encontraba tan absorto en mis pensamientos que no había notado el silencio. Cientos de obreros marchaban decididamente hacia mi con sus casacas naranjas reluciendo al alba. Emprendí apresuradamente el camino de regreso al auto, el vaso de la cafetería quedó a medio camino para ser pisoteado decenas de veces. Esperé en el auto mirando nerviosamente por el retrovisor la turba que se avecinaba pero solo unos pocos siguieron caminando por la calle central y me adelantaron somnolientos. Poco a poco se fueron encendiendo las máquinas en los lotes y las grúas cobraron vida. Decidí esperar otra media hora y finalmente entré a la obra.


Lo primero que noté al entrar fue que nadie me esperaba. Lo siguiente fue que no les importaría mi existencia hasta mitad de la mañana, hora en que llegaría el camión de suministros que debía administrar entre los cinco grupos de casas que constituían la obra. Aproveché el tiempo para hacer unas llamadas bajo la mirada recelosa del velador. Al cabo de un rato volví a platicar con el encargado y le pedí que me mostrara el desarrollo. Son solo piedras todavía, no hay nada que ver, me respondió. Insistí en que de cualquier manera me gustaría conocer el terreno para empezar a trabajar en los planos. Un poco malhumorado accedió y cuando caminábamos alrededor de los cimientos, los señalaba y decía estos son los cimientos, señalaba unas columnas y decía esas son las columnas, cuando nos acercamos a las casas que estaban más avanzadas me condujo a través de ellas y me invitó a subir por una escalera exterior, se detuvo ceremonioso cerca de una ventana y, por fin de buenas, me dijo: este es el segundo piso, al centro se ve la alberca, y rió dichosamente. Yo reí sin asomarme, por fin se había distendido la atmósfera, pero como el hombre seguía apuntando firmemente con la mano hacia el centro del terreno y la frialdad amenazaba con reinstalarse me acerqué tímidamente para verla. Al centro del terreno se había excavado un hoyo rectangular de seis por doce, como aun no se había recubierto con cemento lo único visible era un gran charco de lodo en el que se reflejaba el cielo de la mañana y bebía un perro.


El resto del día estuve en un apartado de la cabina del velador revisando planos y cuentas, los proveedores llegaron pasada la hora de la comida y todo transcurrió dentro de la habitación. Como era el primer día debía ponerme al día con el trabajo de mi amigo. Las horas pasaron levemente, casi no tuve tiempo de ocio. La comida me la dio el velador y comí en el cubículo. Alrededor de las seis de la tarde me encontraba cansado y me disponía a salir cuando el encargado llegó sonriente. ¿Ya se va ingeniero? Arquitecto, soy arquitecto. Perdón arqui, los muchachos y yo vamos a ver la pelea de box en la tele y queríamos invitarlo a que la viera con nosotros, El Gallo se trajo la tele de su casa y algunos fueron por unas chelas. ¿Cómo ve?


El camino hacia las casas que estaban más avanzadas era más complicado que en la mañana, la oscuridad amenazaba con infinidad de aristas en las que enganchar la piel y en el cielo las nubes presagiaban tormenta. El encargado caminaba con seguridad mientras yo lo seguía tanteando el terreno, la única luz visible era la de la ventana y la puerta en donde habían instalado la televisión. Cuando entramos había unos ocho o diez hombres sentados en el piso viendo la televisión, las cervezas habían llegado apenas y comenzaban a repartirlas. El encargado me presentó ceremoniosamente, su expresión era muy parecida a la que empleó cuando me mostró la alberca. El es el ingeniero nuevo, va a estar trabajando con nosotros muchachos, pasenle una chela. Por un instante todos me miraron y se quedaron callados mientras abría mi cerveza. Cuando terminé todos dijeron salud inge. Salud. En la pantalla se veía un cuadrilátero azul de las Vegas, pelearía un mexicano y un colombiano, pesos ligeros, pero nadie parecía interesado, estaban cansados. Dos pausas comerciales después inició la pelea, de inmediato todos enmudecieron y miraron la pantalla. A los tres segundos comenzaron las porras, el mexicano iba ganando terreno, se movía con seguridad ante la petulancia del extranjero. Dale pendejo, a los riñones, el mexicano lanzó una ráfaga de golpes acertando dos de lleno que marearon al colombiano. No se abracen, parecen nenas Gallo. El tal Gallo condescendió mientras el colombiano lanzaba un duro golpe a los riñones ganando la atención del mexicano y del Gallo. Tocaron la campana, el mexicano estaba fresco aún, el colombiano sudaba copiosamente mientras le limpiaban la frente y le gritaban consejos. Anuncio de cerveza, salud. La chica del cartél del segundo round arrancó suspiros, comenzó a llover. Los rounds se sucedieron con rapidez, a la altura del quinto asalto el mexicano tenía un corte en la ceja y el colombiano miraba como un caballo pandillero a su rival. Salió de nuevo la chica del anuncio de cerveza. Entonces se fue la luz. El tal Gallo corrió a la tele y le dio algunas palmadas desesperado, no me falles chiquis, No wey, se fue la luz, también se apagó el foco. Todos se rieron pero el ánimo decayó rápidamente. Comenzaron a quejarse, otra vez se había tronado el generador y habría que esperar hasta el día siguiente para que alguien de la empresa lo arreglara. Un poco bebido les dije que igual y lo podía arreglar, como tenía que diseñar las instalaciones eléctricas conocía muchos tipos de plantas eléctricas y si me decían donde estaba el generador con suerte le encontraría el problema. Quizá fuera sólo el fusible. El encargado encendió una lámpara, la puso bajo su mentón y dijo borracho: ¿En serio?. Me apuntó con la lámpara, enserio, le dije. A ver deja te enseño. Me acompañó a la puerta, sentía sus miradas tensas en el cuarto oscuro mientras el encargado me explicaba dos veces cómo llegar a la planta porque la primera no le había entendido o no me había dicho nada coherente. A estas horas el único peligro es caerse a la alberca o caerse de borracho y partirse la cabeza con un fierro. Se va con cuidado arquitecto.


La lluvia caía con pesadez, era una lluvia de grandes gotas. Por un momento quise volver a casa, qué necesidad tenía de todo eso. Pero de pronto me sentí aventurero, comencé a caminar por el terreno fangoso, nadie me esperaba en casa. El terreno fluía bajo mis pies y tenía la extraña sensación de ir flotando, el lodo se había adherido a mis botas, me resbalaba de vez en cuando y recuperaba el equilibrio tras varios pasos como si no hubiera pasado nada. La linterna que me habían dado iluminaba la lluvia que caía brillante y señalaba el camino pocos metros adelante. El camino comenzó a parecerme desconocido, temí por un instante haberme perdido, qué pasaría si me caigo en la alberca y tienen que salir a buscarme. El terreno era irregular y casi no veía nada , el brillo de la lluvia me cegaba. Por fin vi la caseta de la planta de luz, a lo lejos, sombría entre la lluvia. Entré en ella y más tranquilamente me orienté dentro del cuarto con la linterna, pensé que lo único peor que caerme en la alberca sería que me encontraran la mañana siguiente muerto y retorcido en una pared. Ah, ahora no fueron los fusibles, le diría el electricista al encargado, lo que pasa es que se le atoró un ingeniero entre los cables. Arquitecto, era arquitecto, diría el encargado. Encontré el problema con facilidad, era un fusible, estaba bien, sólo había que cerrar de nuevo el circuito. Subí la palanca, apreté el interruptor. A lo lejos se oyeron gritos de júbilo, último round, último round. Pensé en regresar de inmediato para no perderme la pelea, pero preferí esperar en esa caseta mientras se animaba con el rumor de la electricidad.





Castorena









Quémela por favor. La lluvia y las fogatas


Castorena

jueves, 1 de octubre de 2009

La bondad tiene sólo un lado negativo.

Lo tenemos justo donde lo queremos, este cabrón no llega al séptimo, tú tranquilo, ya sabes, aléjate de él, no bajes los brazos, ¡guardia fija! ¡guardia fija cabrón!

No escuchó la campana, sintió que lo levantaban y se llenó de miedo. ¿Por que seguir peleando? Estaba claro que el rival no se caería ni en el séptimo ni en el doceavo. Todo estaba perdido. No había de otra. Frente a él su rival se regodeaba sin prisas, ligero y fino, como que sabía que podía dar el último golpe en el momento que quisiera. Pero aún no quería.

Yo me caigo y ya está, se trata sólo de flexionar las piernas, ¡pim pam pum!, ya está, nadie piensa en eso, el que se cae se cae. ¿Por qué lo pienso tanto, por qué no lo hago y se acabó? Nancy lo entenderá, está por ahí, sentada en algún lugar viendo la madriza que me están dando, seguro que está rogando para que me deje caer, no piensa en el dinero, yo soy más importante que eso, mi salud ante todo, me lo ha dicho, no recuerdo bien cuándo, pero estoy seguro que algún día me lo dijo. ¿Qué clase de golpes son éstos? No me duelen, no son fuertes, al principio dolían un chingo, ahora son como caricias, ¿Por qué pega tan quedito? ¿Pega quedito o es que estoy tan madreado que ya ni siento? No ni madres, este güey me está pegando quedito, ¿él también habrá firmado la clausula de los nueve rounds?

Muy bien cabrón, este pendejo está que se cae de cansancio, aguanta otros dos rounds, te pido dos……… endejo ya no sabe ni dónde pisa, cabrón tú mant…… y la lana es toda nuestra puto.

El agua del cubo le obligó a cerrar los ojos, sintió el líquido poco refrescante, fue un guante en la cara lo que le obligó a abrir los ojos de nuevo, pero ya no estaba sentado en el banco.
Nuevamente se encontraba de pie frente a su rival que le molía la cara a golpes, pero él sentía ilógicamente un agudo dolor en el pecho, su brazo izquierdo estaba ahora inmóvil.

Juanito es un monumento a la bondad, él se encargará de parar el combate. A mí me dijeron que no debía caerme antes del noveno, pero no escuché nada sobre parar la pelea. Juanito tiene la toalla en la mano es cuestión de segundos para que la aviente. A estas alturas ya se convenció que no llego ni al séptimo, algo dijo sobre eso hace rato. Yo creo que está pensando dónde arrojar la toalla para que el réferi pueda verla, no vaya ser que quede a sus espaldas y no pueda verla y no pare la pelea, luego Juanito no tendrá otra toalla para aventar y nadie terminará este combate. ¡Ah! Juanito siempre tan inteligente el cabrón, siempre tan bueno, tan franco conmigo. Él me dijo que no iba a ser fácil, me previno, me entrenó, Juanito sabe lo que hace por eso yo lo quiero Juanito es ley, es mi amigo y por eso yo lo quiero. ¿Qué pasa con este tipo, se ha vuelto loco o qué chingados? Estaba muy tran… Ya no pegaba tan fue… Está … no vamos a lleg… ¿Qué esperas Jua.. tira esa mald.. Nancy dile que la tire, tírala tú, es tarde, estoy cansado, me duele el pecho, quiero irme a casa, quiero ver a la niña. Juanito, párala por favor. Quiero irme a ca.. quiero ver a mi hi…
Juanito es bueno, sabe lo que hace, está pensando dónde aventar la toalla, ¡Qué bueno es el cabrón!

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Noche de lobos viejos


Por Alejandro Merino



Hay cartel esta noche. El “Travieso” Arce quiere acabar su carrera con otro título mundial; pelean también Edgar Sosa, El Canelo y la Zorrita. El bar está lleno. Noche de 15 de septiembre.
Tomo mi cerveza y busco un lugar en la barra. Hay un banco vacío casi al final, junto a un grupo de 5 ó 6 hombres que comparten una botella de Bacardi blanco. El menor rondará los 60; el mayor, 70 lo mínimo. ¿Está ocupado? Pregunto tomando el banco. Uno de ellos me mira de soslayo y menea la cabeza sin decir nada. Me acomodo y doy un trago.
Hay alegría ante los contundentes triunfos del Canelo y la Zorrita, ambos en el primer asalto. El Travieso está por saltar al cuadrilátero ante un sudafricano de piel curtida. Pido otra cerveza. Los viejos a mi lado se mantienen atentos al combate. Comentan poco y beben mucho. Tiene el mismo upper que tenía Taylor, le oigo decir a uno de ellos a mitad del cuarto round. El Travieso no logra encontrar su distancia ante el sudafricano. ¿Meldrick Taylor? –pienso. Claro, aquel norteamericano que mantuvo a Julio César Chávez a raya durante 12 asaltos hasta que el mexicano, a sólo 12 segundos de terminar el último round, le conectó una derecha limpia en la mandíbula que lo mandó a la lona en uno de los combates más espectaculares que haya visto. Pero no, el viejo no se refiere a Meldrick, sino a Curtis Taylor, quien dominaba los pesos medios cuando mis padres eran recién casados y felices. No mames Jorge, Taylor era más rápido, contesta otro. Mira, fíjate… ¿ya ves? Lo anuncia mucho. Para uppers el del “Copetes” Jiménez. Detrás de ellos y en silencio hago un repaso de mis pobres conocimientos boxísticos, en los que no figura ningún “Copetes”. Mis escasas referencias son las peleas de Antonio Margarito (la más memorable contra Cotto), las de Juan Manuel Márquez (a quien Manny Pacquiao mandó a la lona 3 veces en el primer round), los 3 encarnizados combates de Eric “el Terrible” Morales contra Marco Antonio Barrera, algunas de Chávez y del “Finito” López (quien se retiró tras 21 defensas de su título y sin conocer la derrota jamás), las del mismo Pacquiao (contra Hatton, De la Hoya, Morales, Barrera, Márquez, Cotto), es decir, que una decena de nombres conforman todo lo que sé sobre boxeo. Y el “Travieso” sigue sin encontrarle la distancia a su rival; apenas avanza y lo tunden, y allá va el “Travieso” de nuevo, con más corazón que técnica, y con un ojo hinchado apenas en el quinto round.
A mitad del séptimo la plática vuelve a atraerme. Nombres desconocidos para un párvulo imberbe como yo; recuerdos gloriosos para viejos lobos como ellos: el “Toluco” López, “Pulgarcito” Ramos, Carlos Monzón, Kid Azteca, Ultiminio Ramos. El sudafricano sigue dominando al Travieso, y un pito lo que me importa. Los viejos hablan sobre boxeo, y una extraña sonrisa melancólica se les asoma mientras evocan épicos episodios del pugilismo: Salvador “el Sal” Sánchez noqueando a Azumah Nelson en el quinceavo round en 1982 para retener su título de campeón mundial de los pesos pluma; el mismo “Sal” Sánchez noqueando en el octavo al puertorriqueño Wilfredo Gómez en una de las victorias más importantes del boxeo mexicano; Roberto “Manos de piedra” Durán arrebatándole a Sugar Ray Leonard el título mundial de peso welter en 1980 en una de las 10 mejores peleas de la historia.
Los nombres, títulos y categorías fluyen y retroceden más. De Humberto “la Chiquita” González a Nino Benbenutti, de Fernando Sotelo a José Legrá, de Ringo Bonavena a “Mantequilla” Nápoles. Aquellos eran combates, carajo; cuando los campeonatos mundiales se disputaban a 15 rounds, cuando tirar la toalla era el último recurso, pero de verdad el último, cuando los púgiles se tiraban golpes por honor y no por 10 millones de dólares en regalías. Se recuerda con respeto los 3 sangrientos combates entre Rubén “el Púas” Olivares y Chucho Castillo a principios de los setenta, o el agónico knockout en el décimo tercer asalto que el nicaragüense Alexis Argüello le propinó al “Púas” en 1974 para arrebatarle la corona de los pesos gallo del Consejo Mundial. Otro grande de los pesos gallo sale a colación: Raúl “el Ratón” Macías –recién fallecido- y su memorable frase “Todo se lo debo a mi manager y la Virgencita de Guadalupe”. Los viejos brindan (¿por la Virgen, por el ratón, por los dos?) y se enfrascan de nuevo en disertaciones sobre si la defensa más difícil de Joe Fraizer –campeón mundial de los completos- fue contra George Foreman en 1973 o contra Larry Holmes en 1975; o si fue mejor el primero o el tercero de los tres apoteósicos combates que dieron Efrén “el Alacrán” Torres y el filipino Chartchai Chonoi entre 1966 y 1968.
La botella de Bacardi blanco se vacía, y en la barra se mencionan los dos nombres más grandes que el boxeo haya conocido: Muhammad Alí y Rocky Marciano; Alí en su combate contra Sonny Liston en 1965, Marciano contra Joe Walcott en 1952, ambos por el título mundial de peso completo. Marciano vs. Alí, el único combate que estos viejos no vieron nunca porque “a la puta suerte –dice uno de ellos- se le ocurrió darles casi 15 años de diferencia”.
Han cambiado el canal de las pantallas. No sé a qué hora terminó el suplicio del Travieso. Con lo que me importa a estas alturas. Es noche de lobos viejos, y yo no puedo sino escucharlos.






jueves, 10 de septiembre de 2009

Manual de Boxeo*

Por: Juan-Arturo Ochoa.

Percibí un aroma a sudor cuando me rodeó con su brazo para acercarse más a mí. Después intentó besarme. Sus labios eran demasiado rojos, cubiertos de una grasa carmín que contrastaba con su piel blanca. Sus ojos azules recorrían la pista de un lado a otro. La punta de unos bucles rubios se asomaba por los costados de una gorra desteñida con las letras NY bordadas al frente.

Dijeron que Céline era un nazi,
dijeron que Pound era un fascista,
dijeron que Hamsun era un nazi y un fascista.
Pusieron a Dostoievski frente a un pelotón
de fusilamiento
y mataron a Lorca…

-¿Qué le pasa a tu amigo mexicano?, ¿es que no le gustan las mujeres?
-Está nervioso Jeanette, nunca había tenido una mujer tan hermosa como tú sentada en sus piernas.
-¿Estás seguro que entiende lo que decimos?
-Seguro que entenderá lo que significa meter tu mano en su pantalón. Dale un respiro mujer, mejor ve y tráenos cerveza.

…le dieron electroshocks a Hemingway
(y tú sabes que se pegó un tiro)
y echaron a Villon de la ciudad (París)
y Mayakovsky
desilusionado con el régimen
y luego de una pelea de enamorados,
bueno,
también se pegó un tiro.
Chatterton se tomó veneno de ratas
y funcionó.
Y algunos dicen que Malcom Lowry se murió
ahogado en su propio vómito
borracho…

Era cierto que se bebía el alcohol con la facilidad y rapidez con la que un atleta consume el agua después de una competencia. El vino y la cerveza resbalaron por el interior de su garganta con la sencillez que resbala el hielo entre las manos tibias. Parecía no tener fondo.
Bajo un sol abrasador. Grandes abanicos oscuros teñían la playera debajo de los sobacos. Una mujer de cabello castaño metía su lengua en uno de los oídos del escritor. Éste sonreía. Yo perdí la cuenta de las cervezas que llevaba. A sus pies, tenía una alfombra de colillas de cigarros y también lentamente, se erigía una leyenda literaria. El emblema de la contracultura de los Estados Unidos. El tema discutido entre los críticos literarios. La personificación del realismo sucio. La fama de viejo poeta indeseable se extendía hasta mi país como los tentáculos pegajosos de un pulpo que contaminaba todo a su paso.

…Crane se tiró a las hélices
del barco o a los tiburones.
El sol de Harry Crosby era negro.
Berryman prefirió el puente.
Plath no encendió el horno.
Séneca se cortó las muñecas en la
bañera (es la mejor manera:
En agua tibia)
Thomas y Behan se emborracharon
hasta morir y
hay muchos más…

-¡Corre, corre!
-Vamos, adelántate hasta la cabeza.
-Corre estúpido animal, aposté cinco grandes por ti.
-No lo alcanzará, le adelanta medio cuerpo.
-Se está perfilando, es un gran jinete.
-Faltan 20 metros.
-Anda Chulo hazme ganar.
-Parece que sí.
-¡Sí, sí, sí, ya lo tienes!
-Lo logró, el hijo de puta lo logró.
-Apenas llegó.
-Estás loco, lo adelantó por media cabeza.
-¡Sí! ves cariño, hoy por la noche dormiremos en un buen hotel. Nada de cuartos pequeños que huelen a orín. Sábanas limpias y salmón en una bandeja plateada. Ya quiero quitarte la ropa, castaña barata. Ja Ja Ja. Puedes verlo mexicano, te dije que ése nos iba a hacer ganar. ¿Lo tienes, ya lo tienes para tu revista? Esto es mejor que una entrevista ¿no crees?, esto es filosofía accesible y popular. Esto es la inspiración, esto es lo que lo que el mundo necesita, una victoria, un triunfo ante los demás, aplastar al rival, demoler la dignidad del contrario. Que te envidien por estar en la cima diez minutos. La promesa de una cama con sábanas limpias y televisión por cable. Por lo menos una noche, al día siguiente, no se sabe; si todos los hombres experimentaran esta sensación, jamás se sentirían solos y miserables. ¿Me ves? ¿Me entiendes? No tengo nada, no tengo casa ni trabajo fijo, todos me han abandonado, mi editor, mi familia, mi perro, mi mujer, todos excepto esta puta que no tiene nombre y si lo tiene no me lo ha dicho y si me lo ha dicho lo he olvidado. Sólo tengo una botella de vino y un boleto que cambiaré por cinco mil dólares. ¿Y sabes qué? Esto es lo único que me interesa hoy.

¿y tú quieres ser un
escritor?
Es esa clase de guerra:
La creación mata,
muchos se vuelven locos,
algunos pierden el rumbo y
no lo pueden hacer
nunca más.
Algunos pocos llegan a viejo.
Algunos pocos hacen plata.
Algunos se mueren de hambre (como Vallejo).
Es esa clase de guerra:
bajas por todas partes…


La gente se amontonaba en las casillas de cambio reclamando sus premios. El efectivo circulaba de mano en mano, los papeles arrugados eran cambiados por verdes rectángulos. Charles, La Castaña, Jeanette y yo. Dejamos nuestro espacio en las gradas y nos dirigimos a la casilla de cambio más cercana. Ahí no había tanta gente, sólo cinco personas formadas. Una señora canosa y encorvada que recibió no más de 25 dólares. Después una pareja joven que guardó unos doscientos. Una señora obesa de cabello casi plateado y la nuca tan roja como la punta del cigarro que La Castaña sostenía en una mano. Después nosotros.
-Aquí está mi destino mujer, hazme sentir valioso este día- dijo Charles a la encargada de la casilla.
-Vaya, es usted un hombre afortunado.
-No te imaginas cuanto primor.
-Aquí tiene Sr. que los disfrute.
-Gracias, te irás al cielo.

Duró lo mismo que un parpadeo. Sentí un empujón. Mi acompañante rubia soltó un grito. Me quemó el cuello accidentalmente con la punta de su cigarro. Charles abrió mucho los ojos. Un muchacho joven le arrebataba de las manos los billetes que estaban sujetos con una liga. Pensé involuntariamente, fue un reflejo, antes de que el ladrón diese otro paso atravesé mi pie en su camino. Él perdió el equilibrio y cayó de bruces soltando el fajo de dinero. Aún no caía el último billete al suelo y Charles ya asestaba cuatro o cinco golpes en la nuca del ladrón. Sus años entrenando box eran evidentes, sabía llevar la fuerza a los nudillos y los nudillos al sitio indicado.
No había pensado en esta analogía con sus poemas. Tenía en sus ojos tanta furia que nadie quiso detenerlo. Las mujeres se apresuraron a recoger el dinero y yo a separar a la bestia de la presa. Un silbato se escuchó al final del pasillo. Charles se puso de pie y se aferró a mi chaleco. Tres hombres con uniformes policiales corrieron hacía nosotros cuando vieron la escena. El hombre del suelo no se movía. Se formaban hematomas en sus orejas.
-Corre mexicano, corre.

Está bien, adelante
hazlo
pero cuando te ataquen
por el lado que no ves
no me vengas con
remordimientos.
Ahora me voy a fumar un cigarrillo
en la bañera
y luego me voy a ir a
dormir.

*El poema de Charles Bukowski en este texto se titula Combat Primer (Manual de Combate).

martes, 8 de septiembre de 2009

¡Quémela por favor¡ Por Óscar Pérez Corona



Una promesa es una deuda, un extraño compromiso verbal apurado hacia el futuro. Prometer es jugar a ser dios pues en ello hay un conocimiento implícito de lo que ha de ser. Las promesas no habrían de basarse en esperanzas ni en especulaciones sino en certidumbres y al ser humano las certidumbres no le están dadas. El ser humano no debería prometer nunca nada.

J ya era un hombre hecho el día que le prometió a M quererla para siempre. La promesa en algunas ocasiones busca una constancia, una prueba permanente de que el pacto se realizó. J eligió un árbol (algo poco original por cierto) para dejar testimonio de su promesa. Por cierto M no prometió nada en aquel día, quizá estaba tan segura de sus sentimientos que consideró inútil replicar la promesa de J, éste tenía el corazón lleno de dudas y por eso prometió, luego entonces la promesa de J no partió de la certeza de lo que habría de suceder sino de la esperanza de que sucediera. J quería ajustar la dirección de un sentimiento que ya se le estaba torciendo. Y que al final se le torció.
J no quiso a M para siempre, no la quiso ni siquiera mucho tiempo, la quiso poco, demasiado poco diría yo. Primero se lo dijo y M reaccionó con discreción, como aquel que ya sabe lo que el otro va a decirle. J se sorprendió un poco, esperaba algo más, pero al final dio gracias de que fuera así. Luego llegó a pensar que M no lo quería tanto y que por eso había tomado el fin de la promesa con tanta calma. Estaba equivocado. Finalmente quiso retomar su vida, pasaba todos los días frente al árbol de la constancia y lo miraba sin querer. Un día vio a M sentada muy cerca del árbol, se compadeció de ella y odió al árbol. Al poco rato J fue con su navaja y borró las iniciales. Otro día vio de nuevo a M caminando desde algún lugar muy próximo del árbol, notó que ella traía algo en la mano, J creyó ver una navaja. Tomó su decisión. Fue al día siguiente con uno de sus empleados, le dio instrucciones precisas: Tumbe el árbol, haga leña y luego quémela por favor. Sintió un poco de pena al pensar en M cuando descubra que el árbol ya no está.
J sigue inquieto y no puede dejar de ver el sitio donde alguna vez estuvo el árbol, le da vueltas al asunto pero no sabe qué mas hacer ¿mandar construir una casa, un quiosco, un monumento a la mentira? Se siente fatal pero está seguro que ya no quiere a M.
M sigue amando a J y todos los días piensa en él, a veces cree que lo va a querer toda la vida. Del árbol, no ha visto que ya no está, no pensó en él un solo día después de que J lo marcara con su navaja. Quizá nunca note su ausencia. Es mucho su amor y no tiene tiempo para mandas silvicultoras.